2010-07-28

Ano Roso (13-II-08)

No es cierto que determinados programas de televisión sean del todo inútiles. Por más que nos pueda parecer que sólo hablan tonterías, que están llenos de personajes estúpidos y presentan una imagen totalmente lamentable de la sociedad, no es menos cierto que esa imagen no distorsiona la realidad, al menos cierta realidad.

Una realidad de charanga y pandereta, de carneros y mescalinas, que venden sus intimidades al peso. Un grupito se va a una isla desierta a hacer el bobo para participar en un absurdo concurso televisivo. Otra colaboradora se ha estado acostando con el hijo fiestero de la tonadillera; eso sí, asegura que por amor verdadero, pues la española cuando besa es que besa de verdad. No le llega, lamentablemente, su amor como para no vender a precio de oro sus intimidades ante la España toda. Otro se disfraza de payaso y hace alguna payasada, convencido de que resulta gracioso. El programa también incluye su ración de tertulia política, que es como decir que no falta de nada. Todo ello separado por bloques publicitarios y telepromociones, que logran darle coherencia y continuidad al conjunto, aunque su verdadera misión es hacernos comprar cosas que no nos hacen ninguna falta ni van a hacernos felices, con el dinero que aún no hemos cobrado, y que nunca deberíamos comprar, para impresionar a personas a las que despreciamos. Para disfrutar de semejante menú no ha sido necesario perder más que una mañana; tanta cantidad, y de tal calado, amenaza indigestión.

A la cabeza del programa, una sobremaquillada presentadora cincuentona que vive del cuento, de engañar al contribuyente y de vender género de pésima calidad envuelto en el mejor papel, el más suave. Hace tiempo fue acusada de haber copiado literalmente fragmentos de distintos libros para oder editar el suyo. Cosa que no es cierta, pues no fueron sino los negros que se lo escribieron quienes cometieron el plagio.

Aprendemos, así, cómo es el rebaño de este comienzo de milenio; su estupidez más allá del umbral de lo admisible; la docilidad en obedecer las órdenes; las dificultades en conseguir que se comporten de modo moral y altruista; quiénes son los que los dirigen, y cuál es su catadura moral. Vamos, como la vida misma.

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